La cola del petróleo
Verano de 1954. Me
despertaron los grandes gritos que venían de la calle. Eran las siete de la
mañana. Cuando las voces se acercaron a mi ventana, pude distinguir claramente
de qué se trataba. ¡El petróleo, el camión del petróleo! Al momento, era mi
madre la que daba la alarma dentro del dormitorio. ¡Venga, arriba, coged las
latas, a la cola!
Ya estábamos
acostumbrados. Cuando el camión cisterna del petróleo entraba por el Puente
Romano, se disparaban todas las alarmas. Nunca me pude explicar cómo, pero
aquel “toque de arrebato” movilizaba al barrio. En cuestión de minutos se
formaba una larga cola en la Acera Pintada ,
desde “El Sol”, al lado del “Miguelito” y que, dando la vuelta por los
“Romerillos”, llegaba hasta el colegio
de Rey Heredia.
En la abacería “El Sol” vendían de casi de
todo, pero el petróleo era su producto estrella, ya que eran los distribuidores
oficiales. Todo el barrio, cuando se propagaba como un rayo el grito de guerra,
se congregaba allí. Aquella cola, no era sólo una cola, era un acontecimiento
social. Ni cuando jugaba el San Álvaro con el Córdoba en el Estadio de San
Eulogio se despertaba tanta expectación.
Toda esta
movilización tenía su explicación. La población en masa habíamos abrazado con
verdadero fervor la llegada de la nueva era del “oro negro”. La modernidad había
entrado en nuestras cocinas. Aquellos infiernillos
de petróleo habían desbancado a las hornillas de carbón, tan engorrosas y
tan sucias…Así es que estaba más que justificado el grito callejero y el de mi
madre y la cola…, porque el camión del petróleo se sabía que había llegado,
pero no se sabía cuando volvería.
Cuento estas cosas por si las lee algún
chaval de los que creen que el sofá y la tele… y el Internet han existido
siempre.
Hay que ver lo que son las cosas, ¡las
vueltas que da la vida!
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