Me es muy difícil escribir unas letras cuando hace solo unas horas que se me ha ido mi hermano, mi mejor amigo, mi compañero del alma. Consigo esbozar una sonrisa recordando algunas anécdotas, como la de una mañana que, sentados en la cafetería Milán, le comentaba yo que tenía ya la alergia primaveral y que lloraba muy bien. Siempre que le decía que yo lloraba muy bien a él también se le saltaban las lágrimas. En ese momento pasaba un compañero que se quedó extrañado y para tranquilizarlo le dijimos que habíamos roto (cosa que naturalmente no creyó, porque era impensable). Aunque nuestra amistad databa de tiempo atrás, empezamos a intimar en la Escuela de Prácticas Jurídicas. Impartíamos clases de práctica procesal laboral juntos: el aportaba su experiencia como extraordinario abogado laboralista (el mejor que he conocido a lo largo de mi dilatada vida profesional) y yo como conocedor del funcionamiento del Juzgado y del Procedimiento Laboral. Los dos nos compenetramos tanto que no creo que ninguno de los dos hubiéramos sido capaces de dar clase por separado. Nuestras clases siempre fueron un tanto ´sui generis´, originales, y creo que no solo amenas, pienso que incluso divertidas, sino también muy prácticas y útiles, por lo que manifestaron los alumnos en encuestas anónimas del total agrado y aprecio de las mismas. Han pasado ya dos años largos desde que dejamos la escuela. A pesar de ello nuestra amistad ha ido creciendo cada día; hemos seguido viéndonos con nuestro grupo de las quinielas, con Casti y Dori, y los amigos comunes. Hoy esta gran familia compuesta por tantos y tantos otros amigos estamos deshechos por las lágrimas, pero enormemente felices por haber podido disfrutar de una persona verdaderamente excepcional, de un hombre íntegro, leal, entregado, cariñoso, amigo de la belleza y de la verdad. En fin: de una persona única. En nombre de todos: adiós, Filo, hasta siempre.
PÚBLICADO EN EL DIARIO DE CÓRDOBA 23/02/11
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