10/12/12

SOBRE NUESTRO RIO, OPINIÓN


Salvaje naturaleza

Pertenezco a una de las más antiguas familias que colonizaron la barriada de Fray Albino. Conservo de mi infancia el recuerdo de mis sosegados años cerca del Guadalquivir, de su molino, aguas abajo de La Calahorra, y de su embarcadero, vecino del de Martos; fueron años de plenitud y de calma. Los molinos vivían como a la sombra de una gloria, adquirida en pasados siglos y, ahora, mueren recubiertos y cubiertos de salvajes masas arboladas.
Mi río parece un apersona anciana, retirada del mundo, escondido entre choperas descamisadas, que avanza pausadamente hacia el progreso incesante de su propia muerte. Este río se ha distinguido siempre por una enorme desconfianza hacia sus cordobesa riberas, debido a las intrigas de espadañas y choperas. Los ojos de su puente viejo se tienen que agrandar para poder ser contemplados desde la ronda de Isasa e incluso desde el malecón sur de Miraflores.
Cuando los vecinos de la ciudad romana quieren mirarse en su espejo se ven obligados a cruzar el viejo puente y bajar al molino, junto a La Calahorra.
Córdoba ha delegado con espíritu anodino el encapsulamiento del río en la salvaje naturaleza; y lo ha hecho de modo semigrotesco, pues ni puente ni ronda, remodelados, sirven para disfrutar del río, embozado en su bufanda de choperas; el río se esconde en una especie de semiretiro a su paso por su norteña ribera. A pesar de tanto verdor, Córdoba no percibe que el río sufra en su desolación. Pasear por Ronda de Isasa, desde Caño Quebrado a Cruz de Rastro, es entrar en un purgatorio, lleno de aburrimiento con un telón de chopos por fondo, señal de exilio doliente.
De nada ha servido esa ola mística de recuperación del entorno del mismo, porque terminará siendo un río muerto. Ya no es espejo en que se solazaba el espíritu de nuestros poetas, al quedar blindado aquel por tan salvaje naturaleza.
Celoso de su dilatado y glorioso pasado, tiene legítimo derecho a poder ser contemplado. Algunos se han amurallado en un enfado, puntilloso y altivo, para dejarlo invisible a su paso por su norteña ribera. Rodeado de tanta naturaleza el río se está convirtiendo en un cadáver histórico. Sin embargo, soñadoramente, yo vislumbro que este río ganará su guerra; su triunfo es ser nuestro espejo y en esa guerra tendrá que domeñar tan salvaje naturaleza, que le asfixia; que le deja seco, sin energía, sin jugo, sin fuerza.
Yo viví en mi juventud una vida hacia un río abierto, que ya no tiene aquel nítido horizonte, porque las salvajes choperas no son exaltación de vida sino muros de tormenta.
JOSE JAVIER Rodríguez Alcaide, Catedrático emérito de la Universidad de Córdoba
PUBLICADO EN EL DIARIO DE CÓRDOBA EL 09/12/12

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