La maestra de mujeres y primera decana de Ciencias de la Educación
María Vicenta Pérez Ferrando llegó de la Ciudad de la Luz, convivió con niños yunteros y madres jornaleras haciendo de la enseñanza el arma cargada de futuro en la que siempre creyó
Era otoño y Europa se desangraba en la Segunda Gran Contienda del siglo XX. España celebraba "la paz" con un discurso de Franco, exhortando a la virilidad y heroicidad para con el exterior y la virtud entre los españoles. Se anunciaba la apertura y la misión de las escuelas-hogar de la Sección Femenina, encaminadas a "enseñar a la mujer a serlo realmente, no sólo por instinto, sino porque sepa serlo (…) perfecta ama de casa, madre de sus hijos y compañera de su marido". Entre las asignaturas del curso 42-43 estaban la Teoría de la Alimentación con productos de la patria, Economía Doméstica, Lavado, Planchado o Zurcido, quehaceres que "el modernismo y el feminismo mal entendido habían destruido casi por completo". La oferta académica del Instituto de Cultura para la Mujer era de Cultura General, Enseñanza Comercial, Artesanía (oficios propios de la mujer) y Preparación Femenina para el Hogar.
Por todo el territorio nacional se anunciaba la construcción de viviendas sociales. En Godella (Valencia), la familia Pérez-Ferrando no formaba parte de esa población que esperaba ansiosamente el hogar que la guerra y los años del hambre le había arrebatado. Daniel y Sofía eran una familia de industriales, cuyos panes y pasteles alcanzaban fama en la próspera localidad levantina. Ambos habían cursado estudios, antes de optar por el negocio que llevaron a la par mientras iban naciendo Sofía, Daniel, José Manuel y María Vicenta. Todos llevaban el referente de la tatarabuela materna, María, propietaria y gerente de un negocio de cantería, con despacho propio en la Lonja valenciana. La más pequeña de sus tataranietas, Vicenta Pérez Ferrando, nació un martes 6 de octubre de 1942 y creció en aquel matriarcado que conocía todos los secretos de la medicina, la economía y la política domésticas.
La niña ingresó en el colegio del Sagrado Corazón de Godella. Regentado por Las Francesas, rezaba en su programa una enseñanza basada en "sólidos principios religiosos y morales, urbanidad y buenos modales, labores del hogar, música, pintura y una seria preparación intelectual" en ciencias y en letras, enseñanza bilingüe y "una pequeña escuela que recogía a las niñas pobres del pueblo". María Vicenta formaba parte del grupo privilegiado, pero comenzó a interrogarse ya desde entonces: en el colegio, donde las "sores" limpiaban y las "madres" reposaban; en casa, donde se acogía a gentes sin recursos y se trabajaba o se compartía comida y mesa con el servicio; en los juegos, cuando el padre obligaba a compartir la bicicleta con otros niños. Así, antes de acabar el Bachiller, la niña comenzó a trasmitir su enseñanza a los hijos de los trabajadores, mayoritariamente inmigrantes andaluces, en horas no lectivas y fines de semana.
Arrancando los años 60 se trasladó a Valencia con los abuelos para cursar Magisterio y Pedagogía, estudios que completaría luego al doctorarse en Filosofía y Letras, también en la Sección de Pedagogía, en la Universidad de Málaga.
Los años en la ciudad de Blasco Ibáñez y Sorolla, la reafirmaron en sus principios, ya entre la caridad cristiana y la solidaridad, junto a los estudiantes que buscaban también en aquella España de mediados de los 60, la arena bajo los adoquines. Formó parte de la decena de alumnos más brillantes y se encaró con el Consejo Rector; en desacuerdo con el programa, lograron parar las clases durante un mes, elaborar y presentar un programa alternativo. Su apuesta por la enseñanza generalizada mixta y radicalmente diferente, sirvió de base para la Ley General de Educación de 1970. En ese año, llegó a Córdoba a través de la Fundación Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia (SAFA), creada para la educación de niños andaluces sin recursos y recaló en Bujalance. Amparados por jesuitas y curas obreros, los maestros de la SAFA compartían casa y un proyecto para niños de 14 años; ellos, en la especialidad de mecánicos y ellas, por vez primera, en la de electricidad. "Queríamos -cuenta ahora- que las jóvenes hicieran algo más que bordar el ajuar cuando acababan la escuela".
En el curso 72-73, se incorporó como maestra al colegio Albolafia del Sector Sur y creó la primera asociación de vecinos. Reinició una labor que había desempeñado en el barrio de Orriols, consiguiendo guarderías, locales y otras conquistas sociales, siempre con grupos de mujeres, que entonces sufrían menos represalias que los hombres.
Desde la calle Torremolinos, con la ayuda del cura Cirilo y los locales de la parroquia, consolidó sus aspiraciones educativas con escolares y mujeres, cuya alfabetización seguía siendo su objetivo. Tras el salto a la UCO se centró, como no podía ser menos, en la Orientación Profesional y la Educación de Personas Adultas, siendo la primera directora de un programa de Doctorado de Educación en nuestra Universidad, extendiendo y promoviendo convenios, siempre desde la perspectiva de género, con universidades latinoamericanas.
De 1993 a 2000, fue la primera Decana de la Facultad de Ciencias de la Educación en Andalucía y entre sus incontables iniciativas y responsabilidades destaca la puesta en marcha de la Cátedra de Estudios de las Mujeres Leonor de Guzmán, del Instituto de Estudios Transnacionales, del Grupo de Reflexión Feminista del INET o de la Escuela de Formación Feminista Ventana Abierta de Pozoblanco. Ahora, a sus 70 años la jubilación es su estado "oficial" y la hiperactividad intelectual su condición natural.
Por todo el territorio nacional se anunciaba la construcción de viviendas sociales. En Godella (Valencia), la familia Pérez-Ferrando no formaba parte de esa población que esperaba ansiosamente el hogar que la guerra y los años del hambre le había arrebatado. Daniel y Sofía eran una familia de industriales, cuyos panes y pasteles alcanzaban fama en la próspera localidad levantina. Ambos habían cursado estudios, antes de optar por el negocio que llevaron a la par mientras iban naciendo Sofía, Daniel, José Manuel y María Vicenta. Todos llevaban el referente de la tatarabuela materna, María, propietaria y gerente de un negocio de cantería, con despacho propio en la Lonja valenciana. La más pequeña de sus tataranietas, Vicenta Pérez Ferrando, nació un martes 6 de octubre de 1942 y creció en aquel matriarcado que conocía todos los secretos de la medicina, la economía y la política domésticas.
La niña ingresó en el colegio del Sagrado Corazón de Godella. Regentado por Las Francesas, rezaba en su programa una enseñanza basada en "sólidos principios religiosos y morales, urbanidad y buenos modales, labores del hogar, música, pintura y una seria preparación intelectual" en ciencias y en letras, enseñanza bilingüe y "una pequeña escuela que recogía a las niñas pobres del pueblo". María Vicenta formaba parte del grupo privilegiado, pero comenzó a interrogarse ya desde entonces: en el colegio, donde las "sores" limpiaban y las "madres" reposaban; en casa, donde se acogía a gentes sin recursos y se trabajaba o se compartía comida y mesa con el servicio; en los juegos, cuando el padre obligaba a compartir la bicicleta con otros niños. Así, antes de acabar el Bachiller, la niña comenzó a trasmitir su enseñanza a los hijos de los trabajadores, mayoritariamente inmigrantes andaluces, en horas no lectivas y fines de semana.
Arrancando los años 60 se trasladó a Valencia con los abuelos para cursar Magisterio y Pedagogía, estudios que completaría luego al doctorarse en Filosofía y Letras, también en la Sección de Pedagogía, en la Universidad de Málaga.
Los años en la ciudad de Blasco Ibáñez y Sorolla, la reafirmaron en sus principios, ya entre la caridad cristiana y la solidaridad, junto a los estudiantes que buscaban también en aquella España de mediados de los 60, la arena bajo los adoquines. Formó parte de la decena de alumnos más brillantes y se encaró con el Consejo Rector; en desacuerdo con el programa, lograron parar las clases durante un mes, elaborar y presentar un programa alternativo. Su apuesta por la enseñanza generalizada mixta y radicalmente diferente, sirvió de base para la Ley General de Educación de 1970. En ese año, llegó a Córdoba a través de la Fundación Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia (SAFA), creada para la educación de niños andaluces sin recursos y recaló en Bujalance. Amparados por jesuitas y curas obreros, los maestros de la SAFA compartían casa y un proyecto para niños de 14 años; ellos, en la especialidad de mecánicos y ellas, por vez primera, en la de electricidad. "Queríamos -cuenta ahora- que las jóvenes hicieran algo más que bordar el ajuar cuando acababan la escuela".
En el curso 72-73, se incorporó como maestra al colegio Albolafia del Sector Sur y creó la primera asociación de vecinos. Reinició una labor que había desempeñado en el barrio de Orriols, consiguiendo guarderías, locales y otras conquistas sociales, siempre con grupos de mujeres, que entonces sufrían menos represalias que los hombres.
Desde la calle Torremolinos, con la ayuda del cura Cirilo y los locales de la parroquia, consolidó sus aspiraciones educativas con escolares y mujeres, cuya alfabetización seguía siendo su objetivo. Tras el salto a la UCO se centró, como no podía ser menos, en la Orientación Profesional y la Educación de Personas Adultas, siendo la primera directora de un programa de Doctorado de Educación en nuestra Universidad, extendiendo y promoviendo convenios, siempre desde la perspectiva de género, con universidades latinoamericanas.
De 1993 a 2000, fue la primera Decana de la Facultad de Ciencias de la Educación en Andalucía y entre sus incontables iniciativas y responsabilidades destaca la puesta en marcha de la Cátedra de Estudios de las Mujeres Leonor de Guzmán, del Instituto de Estudios Transnacionales, del Grupo de Reflexión Feminista del INET o de la Escuela de Formación Feminista Ventana Abierta de Pozoblanco. Ahora, a sus 70 años la jubilación es su estado "oficial" y la hiperactividad intelectual su condición natural.
PUBLICADO EN EL DÍA DE CÓRDOBA EL 23/12/12
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