Los espacios arbolados se pueden convertir en un aliado para reducir los impactos de las olas de calor y rebajar las temperaturas mínimas durante la noche. Sin embargo, las ciudades todavía presentan carencias y la distribución de parques y zonas ajardinadas se reparten de manera desigual.
El verano está asediado por las olas de calor. Lo adverso se ha vuelto cotidiano y las temperaturas más tolerables del periodo estival van camino, culpa de la crisis climática, de convertirse en breves anécdotas. En solo un mes, España ha encadenado dos episodios extremos con temperaturas de récord por encima de los 40ºC en prácticamente toda la península ibérica. El resultado más evidente y cruel es el fuego que calcina miles y miles de hectáreas, duplicando los daños medios que los incendios han provocado anualmente en el país. El futuro, según la Organización Mundial de Meteorología (OMM), no es mucho mejor, pues las olas de calor se volverán cada vez más frecuentes al menos hasta 2060, independientemente de que se consiga mitigar el calentamiento acelerado del planeta y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. El escenario, inhóspito, da paso a un debate sobre cómo adaptar la vida y los espacios urbanos a la coyuntura de calor extremo que se cierne.
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A la izquierda, la temperatura de superficie del adoquín al sol de Plaza de España. A la derecha, la temperatura en superficie del espacio arbolado de Plaza de España, en Madrid |
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